DE SANTOS CERDÁN A CRISTÓBAL MONTORO: ¿QUÉ SIGNIFICA QUE LA CORRUPCIÓN ES CONSUSTANCIAL AL SISTEMA POLÍTICO Y ECONÓMICO ESPAÑOL? Del escándalo de Cristóbal Montoro al “caso Koldo”, la política española vuelve a sacudirse con tramas de corrupción que, lejos de ser anomalías, confirman una constante histórica. No se trata de manzanas podridas, sino de un […]
Tras el «Caso Santos Cerdán, el «Caso Montoro»…DE SANTOS CERDÁN A CRISTÓBAL MONTORO: ¿QUÉ SIGNIFICA QUE LA CORRUPCIÓN ES CONSUSTANCIAL AL SISTEMA POLÍTICO Y ECONÓMICO ESPAÑOL?Del escándalo de Cristóbal Montoro al “caso Koldo”, la política española vuelve a sacudirse con tramas de corrupción que, lejos de ser anomalías, confirman una constante histórica. No se trata de manzanas podridas, sino de un sistema diseñado para enriquecer a los de siempre. Porque en España, la corrupción no empezó ayer, ni con la Transición, ni siquiera con el franquismo: es la columna vertebral de un poder que opera históricamente con las mismas reglas y los mismos beneficiarios. Cristóbal Montoro, exministro de Hacienda durante el gobierno de
Mariano Rajoy, ha sido recientemente imputado en una causa judicial que ha sacudido nuevamente la escasa credibilidad que aún pudiera quedarle al sistema político español. Según las investigaciones,
Montoro habría diseñado y facilitado leyes fiscales desde su cargo público para beneficiar a determinadas empresas del sector gasístico —como
Air Liquide, Abelló o Carburos Metálicos— a cambio de pagos millonarios canalizados a través de su consultora privada,
Equipo Económico. Entre 2011 y 2018, esta trama se habría beneficiado de hasta
780.000 € en contraprestaciones. Lo que convierte a este caso en particularmente grave no es solo el dinero implicado, sino la evidencia de que el propio arquitecto de las leyes fiscales del Estado operaba como intermediario entre el
BOE y los intereses de grandes Corporaciones. Este nuevo escándalo del
Partido Popular, sin embargo, ha caído
como agua de mayo para el PSOE y sus medios afines, en la medida en que les permite desviar la atención de otro caso reciente que afecta a su propia cúpula: el conocido como
“caso Koldo” o «caso Cerdán». En éste, figuras como el exministro José
Luis Ábalos, su asesor
Koldo García y el que fuera
Secretario de Organización y
número 2 del partido,
Santos Cerdán, están implicados en una red de comisiones ilegales relacionadas con contratos públicos valorados en más de
500 millones de euros. Los medios de comunicación corporativos de uno y otro bando aprovechan estos episodios para alimentar una confrontación superficial entre bloques políticos, impidiendo que la población pueda llegar a interrogarse sobre el origen profundo y persistente de esta dinámica. La
corrupción estructural o “sistémica” del Régimen político que padecemos. Cuando hablamos de corrupción
estructural o sistémica, no nos estamos referiendo a la suma de individuos deshonestos que, por ambición personal, cometen delitos desde el aparato del Estado. Esa es, de hecho, la narrativa que tratan de perpetuar los grandes medios:
casos aislados,
manzanas podridas,
errores puntuales que no comprometen al sistema. La realidad es radicalmente distinta. La
corrupción estructural es un
engranaje funcional al propio sistema económico y político y no una disfunción del mismo. Los
favores a las grandes empresas, las leyes hechas a medida, las
puertas giratorias y
los sobornos no son una anomalía, sino el mecanismo mediante el cual
se articula el poder real en la sociedad capitalista y, de una forma especialmente
“celtibérica”, en el Estado español. Huelga decir que en
España esta
corrupción estructural, en su particular forma
“patria”, no comenzó con
Rajoy o Zapatero, y tampoco con
Felipe González o Aznar, aunque los gobiernos de todos ellos estuvieran plagados de escándalos de la mayor gravedad. Tiene
raíces profundas, directamente relacionadas con unas formas particulares de acumulación capitalista, que se expresaron de manera particularmente extrema durante la
dictadura franquista, con las que se consolidó un tipo de relación entre el capital privado y el Estado que institucionalizó el favoritismo, el soborno y la prebenda como formas normales de funcionamiento.
EL FRANQUISMO: PARADIGMA DE LA CORRUPCIÓN “CELTIBÉRICA” Para entender cómo se forjó esta cultura de la corrupción en el aparato del Estado es fundamental, en efecto, mirar hacia la dictadura franquista. Tal como explica el periodista e historiador
Mariano Sánchez Soler en su obra
Los ricos de Franco, los grandes conglomerados económicos actuales del Estado español son
herederos directos de las
fortunas amasadas bajo el
paraguas del franquismo. Como reconociera, cínicamente y textualmente, el propio dictador:
“Nuestra Cruzada es la única lucha en la que los ricos que fueron a la guerra salieron más ricos”. Durante el
Régimen franquista, sectores como el
bancario, la
construcción, la
energía o la
industria química florecieron no gracias a la competencia libre, sino al control total sobre los trabajadores y su cercanía al poder político. Empresas como
SEAT,
Endesa,
Campsa,
Dragados y Construcciones,
Fuerzas Eléctricas de Cataluña,
Naviera Aznar,
Banca March,
Banca López Quesada,
Cros,
Unión Explosivos Río Tinto,
Altos Hornos de Vizcaya o
Cepsa se consolidaron mediante licencias administrativas, exenciones fiscales, adjudicaciones a dedo y favores directos del Estado. Los
Consejos de Administración de estas empresas estaban plagados de ministros, procuradores y altos cargos del
Movimiento Nacional. La
connivencia era total. Tal y como sucede en la actualidad, un ministro
podía redactar una ley que beneficiara a un sector económico y, al dejar su cargo, pasar directamente a ser directivo de una empresa de ese mismo sector.
Manuel Fraga, sin ir más lejos, acabó siendo parte del
Consejo de Administración de una conocida industria cervecera. La desvergüenza era pública y total. Pero no importaba. Esta manera de
“hacer las cosas” era tan natural que no funcionaba solamente en los altos niveles económicos y políticos. Incluso para conseguir importar un automóvil de marca extranjera o penicilina, los ciudadanos tenían que pagar sobornos a los funcionarios que gestionaban las
licencias importación. La corrupción no era un fallo del sistema: era el propio sistema.
UNA HISTORIA ANTIGUA: DE CÁNOVAS A FRANCO, Y MUCHO MÁS ALLÁPero aunque la
dictadura franquista consolidó y sofisticó las formas más descaradas de corrupción institucionalizada, este fenómeno tampoco nació con ella. La historia de la corrupción como engranaje del poder económico y político en España tiene raíces mucho más profundas.
Aunque nos podríamos remontar a épocas muy anteriores, basta recordar cómo durante el
reinado de Isabel II y las sucesivas
regencias ya se hablaba de
“el negocio de gobernar”. Durante el
sistema de la Restauración (1874–1923), los ciclos de
alternancia entre el Partido Liberal-Conservador de Cánovas y el Partido Liberal-Fusionista de Sagasta, que tanto recuerda a la actual
alternancia entre el PSOE y el Partido Popular, estuvieron marcados por acuerdos entre élites para repartirse el control del Estado como si de un botín se tratase.
Grandes fortunas se fraguaron al calor de
concesiones ferroviarias, contratos con el Ejército y
comisiones de intermediación política. Las guerras coloniales de finales del XIX no fueron la excepción. La
guerra de Marruecos (1909-1927) y, antes, la guerra de
independencia de Cuba, fueron episodios donde
el Estado sirvió de plataforma para la acumulación capitalista a través del saqueo del erario público. Políticos, generales y empresarios se beneficiaron directamente de sobornos, contratos de suministros inflados y tráfico de influencias. Se enriquecieron
vendiendo a sobreprecio armamento,
uniformes, alimentos, y hasta
material sanitario para un Ejército que combatía en condiciones infrahumanas.
Incluso el propio
rey Alfonso XIII estuvo implicado en negocios oscuros vinculados a las
campañas de Marruecos. La guerra fue también, de esta manera,
un espacio para el saqueo, donde la muerte de miles de soldados pobres
no era más que el coste colateral de jugosos contratos que enriquecieron a unos pocos privilegiados. Como en tantas otras ocasiones, las clases populares
pusieron los muertos y
las clases altas obtuvieron las ganancias.La
historia de España ilustra a la perfección que lo que llamamos
“corrupción estructural” no es un fenómeno reciente y, por supuesto, no es tampoco, como afirman los
todólogos de las tertulias de radio y televisión, el resultado de una novedosa
“crisis de valores”. Responde, por el contrario, a
una forma histórica de acumulación capitalista en España, consolidada por un Estado al servicio de los poderosos desde hace siglos.
DEL FRANQUISMO A «LA TRANSACCIÓN DEL 78»: CONTINUIDAD Y NO RUPTURAPara entender la situación actual es preciso comprender, asimismo, que la
muerte de Franco, en 1975, no significó el fin de este sistema de relaciones entre el poder político y el poder económico.Muy al contrario, lo que vino después fue
una operación de continuidad cuidadosamente orquestada. La famosa
“Transición” no fue una ruptura democrática real, sino una
“transacción” entre élites franquistas y una nueva casta política domesticada que aceptó mantener intactas las estructuras fundamentales del poder económico heredado.
Los
nuevos partidos institucionales —
PSOE y PP— no rompieron con los mecanismos de la corrupción estructural, los profesionalizaron.
La
Monarquía del 78, como vértice simbólico del nuevo Régimen, se construyó sobre los mismos pilares del anterior: impunidad, favores mutuos, blindaje de las grandes fortunas, control de los medios de comunicación y represión de cualquier alternativa política real.
Las
grandes empresas surgidas al calor del franquismo no solo sobrevivieron, crecieron, se modernizaron y se internacionalizaron. Y lo hicieron manteniendo las mismas prácticas de influencia, soborno y colonización del aparato del Estado.
La única diferencia es que, en lugar de
un solo partido, ahora había dos turnándose como administradores de ese Estado y disputándose con uñas y dientes el favor de los mismos capitalistas. Las
“puertas giratorias” entre ministerios y consejos de administración son la expresión más clara de esta continuidad.
EL PAPEL DE LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN: ENGAÑO Y SUPERFICIALIDADUna pieza fundamental en la reproducción de este sistema es el papel de los grandes medios de comunicación. Lejos de “fiscalizar” al poder, como pretenden, actúan como correa de transmisión de los intereses de sus financiadores.
Bancos, constructoras, eléctricas, grandes corporaciones y los partidos políticos institucionales con capacidad para sostenerlos también, de manera generosa, con los fondos públicos.
No puede extrañar, pues, que cuando estalle un caso de corrupción estos medios se limiten a poner el foco en lo anecdótico, en la rivalidad partidista o en el espectáculo judicial. Jamás podrán cuestionar las raíces estructurales del problema, porque ellos mismos son una parte de este engranaje del cual la “corrupción sistémica” es una pieza fundamental.
Así, el
caso Montoro sirve hoy para ocultar el caso
Cerdán. Y viceversa. Los medios afines al PP machacan con el caso Koldo; los del PSOE, con el
caso Montoro. Se trata de
una guerra de relatos para mantener a la población atrapada en una falsa dicotomía: La derecha contra una presunta “izquierda” que, evidentemente, no puede calificarse de ninguna manera como tal.
Ambos bandos, por supuesto, sirven al mismo sistema y la política se convierte así en una suerte de
“partido de fútbol”, donde la gente defiende a los que, ingenuamente, considera los
“suyos”, minimiza su corrupción y solo fija su atención en la
“ajena”.Esta dinámica, reiterada una y otra vez, refuerza el cinismo, la desmovilización y el fatalismo, ideales para que todo el entramado continúe funcionando sin ninguna modificación.
“Todos roban”, se dice. Pero jamás se explica por qué.
EL CAPITALISMO: UN SISTEMA QUE FUNCIONA CON COIMASConviene puntualizar, en cualquier caso, que la esencia última de los males descritos no tiene que ver con la
“españolidad”. El
capitalismo no es un sistema moralmente neutral al que llegan personas inmorales. Es un sistema económico que, por su propia
lógica de acumulación,
necesita de la corrupción para funcionar. Lo que se llama eufemísticamente
“clima de negocios” no es más que la capacidad de los capitalistas para comprar voluntades, modificar leyes, eliminar obstáculos, garantizar beneficios y blindar sus privilegios. Todo eso se hace con dinero. Y ese dinero se canaliza a través de fundaciones, puertas giratorias, comisiones, donaciones opacas, y también, claro, de maletines.
La corrupción no es una tara del sistema, sino
su lubricante. En una sociedad capitalista,
el Estado nunca es neutral. Está al servicio de la clase dominante. Su tarea es mantener el orden necesario para que las grandes empresas puedan seguir acumulando riqueza. Y si para eso hay que repartir prebendas a los administradores del Estado, se hace. No se trata de
un fallo, sino de una inversión.
ESPAÑA: UN CASO ESPECIALMENTE SANGRANTEPero aunque la corrupción sea inherente al funcionamiento del capitalismo en cualquier latitud, lo que distingue el caso español es
la persistencia histórica, la obscenidad con que se manifiesta y la normalización cultural de estas prácticas.
En muchos países capitalistas los vínculos entre poder económico y político se disimulan tras instituciones aparentemente imparciales. En España, han sido celebrados y convertidos en una forma natural de operar. En este país, lo que resulta especialmente sangrante no es solamente la corrupción en sí, sino la impunidad, la continuidad sin rupturas, y la profunda despolitización que permite su eterno retorno como un fenómeno efectivamente
“estructural”.Cristóbal García Vera
canarias-semanal.org