La fila serpentea por tres cuadras bajo el sol. Personas con sus documentos en mano, convencidas de estar escribiendo historia. Mientras esperan su turno para validar el sistema que las mantiene exhaustas, en las torres corporativas los verdaderos dueños del poder brindan. No importa qué nombre salga electo. Las reglas del juego permanecen intactas. Tu abuela luchó por […]
BYUNG-CHUL HAN. Cómo el capitalismo te hizo creer que tu voto era democraciaLa fila serpentea por tres cuadras bajo el sol. Personas con sus documentos en mano, convencidas de estar escribiendo historia. Mientras esperan su turno para validar el sistema que las mantiene exhaustas, en las torres corporativas los verdaderos dueños del poder brindan.
No importa qué nombre salga electo. Las reglas del juego permanecen intactas. Tu abuela luchó por el derecho al voto.
Tu madre celebró cuando las mujeres pudieron ser elegidas. Tú heredaste la democracia como quien hereda una casa con los cimientos podridos. La fachada luce impecable, pero por dentro todo se desmorona.
La arquitectura del gran engaño. El neoliberalismo no necesita tanques en las calles cuando tiene algoritmos en tu bolsillo. La opresión mutó en seducción.
La dictadura se volvió psico-política. Mira los números que nadie conecta. Participación electoral en máximos históricos.
Satisfacción política en mínimos absolutos. Manifestaciones multitudinarias, que no alteran ninguna ley. Peticiones con millones de firmas archivadas en el olvido.
El sistema perfeccionó el arte de hacerte sentir escuchado, mientras te ignora sistemáticamente. La cabina electoral se convirtió en el confesionario del capitalismo tardío. Entras culpable por tu impotencia.Depositas tu papeleta como quien deposita sus pecados, y sales absuelto hasta el próximo ciclo. Pero la absolución es falsa. Tu participación no es poder.
Es el combustible que alimenta tu propia dominación. Desde la escuela primaria nos enseñan el relato oficial. La democracia es el gobierno del pueblo, por el pueblo, y para el pueblo.
Los manuales cívicos presentan el voto como la herramienta sagrada que nos separa de las tiranías. Políticos de todos los colores repiten el mantra hasta el agotamiento. Si no votas, no te quejes.
Tu participación electoral legitima el sistema. Tu abstención es complicidad con el autoritarismo. La narrativa dominante tiene sus villanos predefinidos.
Los políticos corruptos que traicionan sus promesas. Los ciudadanos apáticos que no ejercen sus derechos. Las fake news que distorsionan la información.
Los extremismos que polarizan el debate. Soluciones superficiales para síntomas profundos. Más educación cívica.
Más transparencia gubernamental. Más fact-checking. Más debates televisados.
La trampa conceptual. Mientras discutimos si los políticos son honestos o mentirosos, nadie cuestiona la estructura misma del juego político. El problema no está en los jugadores, sino en las reglas.
La democracia representativa fue diseñada en el siglo XVIII para sociedades donde el 90% no sabía leer. Hoy, con ciudadanos híper-conectados e informados, seguimos usando el mismo sistema obsoleto que reduce tu poder político a marcar una casilla cada tanto tiempo. El capitalismo neoliberal absorbió la democracia y la transformó en su departamento de legitimación.
Ya no necesitas reprimir votantes cuando puedes programarlos. El marketing político no vende propuestas. Vende identidades emocionales que el capitalismo produce y nosotros consumimos como marcas.
El marketing político no es una distorsión de la democracia. Es su evolución lógica bajo el capitalismo tardío .
El mecanismo.
La psico-política opera convirtiendo cada aspecto de tu vida en datos explotables. Tu click en una noticia, tu reacción a un meme político, el tiempo que pausas en un video de campaña. Todo alimenta algoritmos que saben más sobre tus inclinaciones políticas que tú mismo.
No eres un ciudadano con derechos. Eres un perfil con patrones de comportamiento predecibles. Cambridge Analytica no fue un escándalo
Fue la revelación accidental de cómo funciona realmente el poder hoy. 68 millones de perfiles psicológicos construidos para predecir y manipular comportamiento electoral. Mensajes personalizados que explotan tus miedos específicos, tus traumas particulares, tus esperanzas más íntimas.
Pero mientras todos se escandalizaban con Facebook, las mismas técnicas se refinaban en cada plataforma digital. Google sabe cuando dudas de tu voto. Amazon predice tu ideología por tus compras.
Netflix deduce tu posición política por las series que consumes. El capitalismo de vigilancia convirtió la democracia en un laboratorio de experimentación conductual, donde tu voto es el resultado predecible de estímulos calculados. La transformación es profunda y aterradora.
Antes, el poder necesitaba censurarte. Ahora, te inunda con información hasta paralizarte. Antes, prohibía partidos políticos.
Ahora, multiplica las opciones hasta que todas parezcan iguales. Antes, compraba votos con dinero. Ahora, los manufactura con micro-targeting emocional.
El ciudadano del siglo XXI no es manipulado. Es producido. Fabricado.Optimizado para votar según patrones que benefician al capital.
Vivimos en la sociedad del rendimiento donde cada uno es empresario de sí mismo. Tu identidad política se convierte en otro dato que optimizar. Votas no por convicción, sino por coherencia con tu marca personal. El influencer progresista no puede votar conservador sin perder seguidores.
El emprendedor exitoso no puede apoyar políticas sociales sin dañar su networking. El capitalismo logró algo que ninguna dictadura pudo. Hacer que vigiles y disciplines tu propio pensamiento político.
Las campañas electorales ya no buscan convencerte. Buscan activar los disparadores emocionales que tu historial digital reveló. No es casualidad que sientas más odio que esperanza.
Más miedo que propuesta. El algoritmo descubrió que las emociones negativas generan tres veces más engagement que las positivas. Un ciudadano enojado es un ciudadano engaged.
Un ciudadano esperanzado es un ciudadano pasivo. La polarización no es un accidente, es el modelo de negocio. Twitter gana más cuando peleas que cuando dialogas.
Facebook factura más con tu indignación que con tu alegría. Observa la arquitectura de esta dominación suave. Las redes sociales fragmentan el discurso político en opiniones de 280 caracteres.
Los debates presidenciales se diseñan como reality shows con momentos viralizables. Los candidatos contratan community managers antes que economistas. Las propuestas de gobierno caben en un hashtag.
Los programas políticos se reducen a memes. El capitalismo redujo la complejidad política a contenido consumible, scrollable, compartible. Y tú participas activamente en esta reducción cada vez que compartes sin leer, opinas sin investigar, reaccionas sin reflexionar.
Pero lo más siniestro es cómo internalizamos esta lógica hasta en nuestras conversaciones privadas. Ya no necesitas policía del pensamiento cuando cada ciudadano se convierte en su propio censor. Filtras tus opiniones antes de publicarlas.
Calcula el costo social de su posición política. Mide el retorno de inversión del activismo. Evita temas polémicos en reuniones familiares.
Se autocensura en el trabajo por miedo a las consecuencias. La autocensura algorítmica reemplazó la censura estatal con una eficiencia que ningún régimen totalitario jamás soñó. El sistema perfeccionó su estrategia diabólica.
No te prohíbe protestar. Te agota hasta que protestes desde el sofá con un hashtag. No te impide organizarte. Te dispersa en mil causas fragmentadas que nunca convergen. No te silencia. Te da un micrófono mientras desconecta los altavoces.
Te hace sentir que tu tweet furioso es activismo. Que tu story de Instagram es resistencia. Que tu firma digital es revolución.
La ilusión de participación es más efectiva que la represión directa, porque te hace cómplice voluntario de tu propia impotencia. El voto se transformó en el ritual perfecto del capitalismo. Te hace sentir poderoso mientras perpetúas tu propia explotación.
Las consecuencias de esta metamorfosis son devastadoras pero invisibles. Mira a tu alrededor. Jóvenes con maestría sirviendo café por salarios de miseria, votan por partidos que prometen más emprendimiento.
Familias endeudadas hasta el cuello eligen candidatos que desregulan los bancos. Trabajadores exhaustos apoyan políticas que flexibilizan aún más sus derechos laborales. El sistema logró su obra maestra.
Víctimas votando por sus verdugos con entusiasmo genuino. Las falsas soluciones proliferan como virus. Necesitamos más educación política, dicen los mismos que diseñaron un sistema educativo que produce empleados obedientes, no ciudadanos críticos.
Hay que regular las redes sociales, proponen los políticos que reciben millones en publicidad digital. Debemos combatir las fake news, gritan los medios que sobreviven del clickbait emocional. Cada solución propuesta profundiza el problema que dice resolver.
La tecnología blockchain promete democratizar el voto. Aplicaciones de democracia directa digital ofrecen participación instantánea. Plataformas de fact-checking garantizan información verificada.
Pero más tecnología dentro del mismo sistema sólo acelera la dominación. No importa qué tan seguro sea tu voto digital, si las opciones siguen siendo diseñadas por el capital.
No importa qué tan directa sea la democracia, si el marco de lo posible está predefinido por algoritmos corporativos. El espejismo más cruel es la participación ciudadana aumentada.
Consultas populares sobre temas irrelevantes mientras las decisiones estructurales se toman en directorios corporativos.
Presupuestos participativos que deciden el color de los semáforos mientras la deuda externa define el destino del país. Iniciativas ciudadanas que necesitan millones de firmas para discutir lo que un CEO decide en una llamada telefónica. Observa el patrón perverso.
Cada vez que surge una crisis de legitimidad, el sistema responde con más simulacros de participación. Más encuestas, más consultas, más referéndums, más transparencia. Pero nunca toca
la estructura fundamental.
Quién decide qué se puede votar y qué no. El capitalismo te deja elegir entre mil opciones que él preseleccionó. Es como un casino que te deja elegir en qué máquina perder tu dinero.
Tu agotamiento político no es apatía. Es tu sistema inmunológico psíquico rechazando un trasplante tóxico. El cansancio extremo que sientes ante la política no señala tu fracaso como ciudadano, sino tu lucidez inconsciente ante un teatro del absurdo. Tu cuerpo sabe lo que tu mente todavía niega.
Participar es agotador porque el juego está amañado desde el inicio. Piénsalo. Generaciones enteras desarrollan síndrome de fatiga democrática.
No por pereza, sino por intuición profunda. Cada ciclo electoral promete cambio y entrega más de lo mismo. Cada voto depositado regresa como decepción multiplicada.
Tu psique aprende más rápido que tu conciencia. Detecta el patrón y se protege con desconexión. Lo que llaman desinterés político es en realidad un mecanismo de supervivencia emocional.
El capitalismo necesita tu cansancio tanto como tu voto. Un ciudadano exhausto no cuestiona, solo cumple. La fatiga política no es un efecto secundario del sistema.
Es su producto estrella. La sociedad del cansancio produce sujetos demasiado agotados para revelarse, pero suficientemente funcionales para producir.
Votas porque es más fácil que explicar por qué no votas. Participas porque la no participación requiere más energía que el conformismo. Aquí está la revelación que cambia todo.
Tu cinismo político es clarividencia disfrazada. Cuando dices, todos los políticos son iguales, no estás siendo superficial. Estás percibiendo una verdad estructural que el sistema necesita ocultar.
Cuando sientes que tu voto no cambia nada, no es pesimismo. Es reconocimiento preciso de cómo opera el poder bajo el capitalismo tardío. El sistema transformó incluso la abstención en otro producto político.
Los abstencionistas son catalogados, estudiados, segmentados. Tu no voto también genera datos, también alimenta algoritmos, también produce valor para consultores políticos. No hay afuera del capitalismo electoral. Hasta tu rechazo es metabolizado y monetizado.
La verdadera resistencia no está en votar ni en no votar. Está en entender que ambas opciones fueron prediseñadas para mantenerte dentro del mismo circuito cerrado.
Tu agotamiento es síntoma de que algo en ti se resiste a normalizar lo anormal. Es la última línea de defensa de tu humanidad contra un sistema que te quiere convertir en autómata electoral.
La organización como respuesta No pidas permiso para organizarte. El poder real surge cuando dejas de esperar que alguien más lo ejerza por ti. ¿Qué estructuras paralelas podrías crear en tu barrio? ¿Qué servicios podrían autogestionarse sin esperar promesas?. Las soluciones no vendrán de arriba, sino de multiplicar lo que ya funciona abajo.
Regresemos al punto de partida con ojos renovados. La fila de votantes bajo el sol no es una imagen de democracia. Es una procesión de sonámbulos validando su propia dominación.
El problema nunca fue tu voto individual. El problema es creer que el voto es tu única herramienta política.
El capitalismo te convenció de que democracia significa elegir representantes cada cierto tiempo. Redujo tu poder ciudadano a un acto puntual, aislado, atomizado. Mientras tanto, las corporaciones ejercen poder político 24 horas al día, 365 días al año.
Lobistas redactando leyes. Algoritmos moldeando opinión pública. El capital fluye hacia campañas.
Tu voto compite con su máquina de influencia permanente. Es como intentar apagar un incendio forestal con un vaso de agua.
El neoliberalismo no necesita abolir la democracia porque ya la vació de contenido. Mantuvo la cáscara, el ritual, la estética democrática. Pero trasladó el poder real a espacios que tu voto jamás alcanza.
Directorios corporativos donde se decide tu salario. Reuniones de accionistas donde se planifica tu precariedad. Servidores donde algoritmos determinan qué información recibes.
Tu participación democrática es teatro. Las decisiones reales ocurren tras bambalinas.
Pero, una vez que comprendes que el voto fue diseñado para ser insuficiente, puedes dejar de depositar en él esperanzas que nunca podrá cumplir. No es que tu voto no sirva. Es que solo sirve para lo que fue diseñado.
No debes legitimar un sistema que opera con o sin tu consentimiento. Entender esto no es derrotismo. Es el principio de la lucidez política.
El capitalismo quiere que creas que sin voto no hay democracia. Pero democracia real es poder decidir sobre las condiciones materiales de tu existencia. Es tener voz en tu lugar de trabajo.
Es controlar los recursos de tu comunidad. Es participar en las decisiones que afectan tu vida diaria. No solo en la selección de administradores del sistema.
La democracia que el capitalismo vende es representativa. La democracia que necesitamos es directa, económica, cotidiana.
Cuanto más votas, menos poder tienes. Porque cada voto refuerza la ilusión de que el sistema electoral es suficiente. Cada participación fortalece la narrativa de que si algo falla, es porque elegiste mal, no porque el mecanismo esté roto.
El capitalismo transformó tu derecho al voto en tu prisión psicológica. Te sientes libre porque puedes elegir, aunque todas las opciones lleven al mismo destino. La verdadera pregunta no es si votar o no votar.
Es cómo construir poder real mientras el teatro electoral distrae a las masas. Cómo crear estructuras que no dependan de quien gane. Cómo ejercer soberanía sin pedir permiso.
El futuro no está en mejorar la democracia representativa, sino en hacerla obsoleta mediante la construcción de alternativas que la superen.El despertar duele. Reconocer que dedicaste años de esperanza a un mecanismo diseñado para neutralizarte, genera una mezcla de rabia y vergüenza, que el sistema cuenta con que no puedas soportar.
Por eso la mayoría prefiere seguir creyendo. Es menos doloroso mantener la fe en el voto que admitir la magnitud del engaño. Pero, algo en ti ya sabía que las piezas no encajaban.
El capitalismo secuestró la palabra democracia, y la vació, hasta convertirla en procedimiento administrativo.
Recuperar su significado requiere entender que el poder no se mendiga en las urnas. Se construye en las calles, en los barrios, en cada espacio donde la gente se organiza sin pedir permiso. Tu fatiga electoral no es debilidad, es sabiduría somática.
Tu cuerpo reconoce la futilidad antes que tu mente. Esa sensación de vacío después de votar, esa certeza íntima de que nada cambiará, son señales de que tu humanidad resiste la programación. No necesitas terapia para tu apatía política.
Necesitas espacios donde tu acción tenga consecuencias reales. El futuro no llegará mediante reformas electorales ni candidatos honestos. Llegará cuando suficientes personas dejen de esperar que el poder les sea concedido y empiecen a ejercerlo directamente.
Cuando las cooperativas superen a las corporaciones. Cuando las asambleas vecinales tengan más autoridad que los consejos municipales. Cuando la desobediencia coordinada haga imposible gobernar sin consenso real.
Este texto no busca convencerte de que no votes. Busca liberarte de creer que votar es suficiente. Si decides votar, hazlo sin ilusiones, como quien paga un impuesto simbólico mientras construye alternativas reales.
Si decides no votar, que no sea por nihilismo sino por estar ocupado creando estructuras de poder popular. La historia no la escriben los votantes sino los que se organizan. Los derechos que disfrutas no se ganaron en las urnas sino en las huelgas, en las barricadas, en los movimientos que intentaron criminalizar.
Tu poder real no está en elegir quién te gobierna sino en hacer ingobernables los espacios que habitas. Si este análisis resuena con tu experiencia, si reconoces tu cansancio en estas palabras, no estás solo. Millones intuyen que el juego está arreglado, pero no encuentran palabras para articularlo.
Saber que no estamos locos es el primer paso para organizarnos. La próxima vez que veas esa fila de votantes bajo el sol, no sientas superioridad ni lástima.
Siente claridad. Son personas buenas atrapadas en un mal sistema. Tu trabajo no es despertarlas con discursos sino construir alternativas tan superiores que abandonen el teatro electoral por convicción propia.
El capitalismo te hizo creer que tu voto era democracia. Ahora sabes la verdad. ¿Qué vas a hacer con este conocimiento?
- Resumen de las reflexiones de BYUNG-CHUL HAN, filósofo surcoreano afincado en Alemania
(Observatorio Crisis)