Premio Nobel de la Paz a una violenta golpista y pro invasión estadounidense como María Corina Machado: ¿preámbulo de la invasión yanki a Venezuela? Todos los imperios habidos en la historia, luego de su fabuloso momento de esplendor, caen. Egipto, Babilonia, China, Persia, Grecia, Roma, los incas, los mayas, el imperio otomano, el mongol, el […]
MARCELO COLUSSI. Imperio en declive: terrible peligro en ciernesPremio Nobel de la Paz a una violenta golpista y pro invasión estadounidense como María Corina Machado: ¿preámbulo de la invasión yanki a Venezuela?Todos los imperios habidos en la historia, luego de su fabuloso momento de esplendor, caen. Egipto, Babilonia, China, Persia, Grecia, Roma, los incas, los mayas, el imperio otomano, el mongol, el azteca, el etíope, el ruso, el español, Gran Bretaña -la “Reina de los mares”-, todos por igual -inexorable dialéctica, así es la realidad dirá Hegel- terminan extinguiéndose.
También Estados Unidos, el imperio más poderoso de la historia, con un desarrollo científico-técnico fabuloso que logró una casi completa hegemonía planetaria -el único que tuvo la osadía impune de utilizar armas nucleares contra población civil no-combatiente como burda demostración de fuerza ante sus rivales-, que fuera el hegemón por un siglo, ahora hace lo imposible por detener su caída. Pero está cayendo, lentamente sin dudas -no parece que sea una caída estrepitosa-, pero ya comenzó su declive, tal como ha sucedido con todos los imperios en la historia. ¿Por qué no sería igual aquí?
Y también, al igual que cualquier centro de poder que ver perder su hegemonía, pelea denodadamente por no abandonar sus privilegios, los beneficios obtenidos de su sitial de honor. En esa lucha, quizá más encarnizada aún que la que mantuvo siempre cuando ejercía la hegemonía indiscutible, pareciera que está dispuesto a todo (¿se llegará a la locura de una guerra con armas nucleares?). Perder lo conseguido se hace extremadamente doloroso, casi inconcebible, insoportable. Pero la historia manda, y los poderosos -aunque se resistan-
también caen. No hay poder eterno; para eso se inventaron los dioses (4,000 se han creado a lo largo de los milenios). El problema para Latinoamérica es que nuestro sub-continente funciona como resguardo de la gran potencia del Norte. Por tanto, en esta lucha por mantener su poderío, no tenemos un agradable pronóstico por delante. Nuestra región es su baluarte, y todo indica que está dispuesto a las peores atrocidades para no perdernos.
Latinoamérica constituye la reserva “natural” de la geopolítica expansionista de la clase dominante de Estados Unidos. Desde la tristemente célebre Doctrina Monroe, de 1823 (“
América para los americanos” …, del Norte), la voracidad del capitalismo estadounidense hizo de esta región su patio trasero. En todos los países de esta zona, desde el nacimiento de las aristocracias criollas hace más de dos siglos, el proyecto de nación fue siempre muy débil. Estas oligarquías y “sus” países no nacieron al calor de un proyecto de nación sostenible, con vocación expansionista. Por el contrario, volcadas desde su génesis a la producción agroexportadora primaria para mercados externos, su historia está marcada por la dependencia, por el
malinchismo. Oligarquías con complejo de inferioridad, buscando siempre por fuera de sus países los puntos de referencia, racistas y discriminadoras con los pueblos originarios -de los que nunca dejaron de valerse para su acumulación como clase explotadora-, su historia va unida a potencias externas (España o Portugal primero, luego Gran Bretaña, desde la doctrina Monroe en adelante, Estados Unidos).
En Washington, desde hace largos años, se fija lo que pasa en nuestros países; la potencia del Norte manda aquí. Pero ahora, dada la dinámica histórica de los pueblos, eso está cambiando. Estados Unidos está dejando de ser la superpotencia hiperdominadora, y nuevos elementos entran a jugar: China, compitiéndole de igual a igual en lo económico y científico-técnico, y Rusia como formidable afrenta militar. A partir de ello surge la propuesta de
multipolaridad que impulsan los BRICS+.
Latinoamérica entra en la lógica de dominación global de Estados Unidos como proveedora de materias primas y fuentes energéticas. El 25% de todos los recursos que consume provienen de esta región. De las distintas reservas planetarias, el 35% de la potencia hidroenergética, el 27% del carbón, el 24% del petróleo, el 8% del gas y el 5% del uranio se encuentran en nuestros países. A lo que debe agregarse el 40% de la biodiversidad mundial y el 25% de cubierta boscosa de todo el orbe, así como importantes yacimientos de minerales estratégicos (bauxita, coltán, litio, niobio, torio), además del hierro, fundamentales para las tecnologías de punta (incluida la militar), impulsadas por el capitalismo estadounidense, más ingentes cantidades de agua dulce, vital para la vida.
La gran potencia del norte necesita de Latinoamérica y se aprovecha de la región en varios sentidos. La noción de “patio trasero” es patéticamente verídica:
somos su reserva estratégica, pues de aquí extrae cuantiosos recursos en la actualidad, saqueándolos siempre con la venia de gobiernos locales cómplices, chantajeados y comprados vilmente. Venezuela, por ejemplo, almacena en su subsuelo 305,000 millones de barriles de petróleo, suficientes para varias décadas de consumo al ritmo actual, o el Acuífero Guaraní, en la triple frontera argentino-brasileño-paraguaya, incluyendo también a Uruguay, es una reserva de agua dulce fabulosa, la segunda más grande del planeta. Ambas riquezas están en la mira de la Casa Blanca. Del mismo modo se aprovecha de la biodiversidad de sus selvas tropicales, donde roba recursos para su industria farmacéutica y alimentaria.
Por otro lado, la zona latinoamericana le posibilita mano de obra barata para su producción transferida desde su territorio (maquilas, ensambladoras,
call centers) y, pese a las actuales políticas antimigratorias, cada vez más restrictivas, la región sigue proporcionándole recurso humano casi regalado para la industria, el agro y servicios a través de los interminables ejércitos de indocumentados que siguen llegando a su geografía, huyendo de la pobreza de sus países, buscando “salvación” en el supuesto
paraíso americano (que, por cierto, ya no lo es). Hay ahí un doble discurso inmoral: se les cierra la puerta, al mismo tiempo que se les necesita para los trabajos subalternos que ningún ciudadano estadounidense quiere hacer; y por tales trabajos a los inmigrantes irregulares (los “mojados”) se les pagan salarios sustancialmente inferiores, se les somete a condiciones laborales inseguras e insalubres y se les impide la posibilidad de protesta. Con el agravante ahora de ser cazados cono animales y, ,engrilletados deportados a sus países de origen. Ese racismo loco, esa xenofobia desbocada es un síntoma que algo está pasando en el imperio: ¿indicio de su caída?
Para cuidar todo eso, y que nada se salga de control, están las más de 70 bases militares estadounidenses con alta tecnología instaladas en el área. Dada la secretividad con que se mueve esta información, no hay seguridad del número exacto de instalaciones militares ni de qué material disponen, pero es sabido que están y no dejan de crecer, lo que se complementa con la Cuarta Flota Naval, destinada a accionar en toda América Central y del Sur. Lo cierto es que su alto poder de fuego, su rapidísima posibilidad de movilidad y sus acciones de inteligencia a través de las más sofisticadas tecnologías de monitoreo y espionaje, permiten a Washington un control total del sub-continente, llamado más precisamente
Abya Yala, rescatando un nombre dado por los pueblos originarios.
Esa caída, que a toda costa quiere impedir su clase dominante, ya ha comenzado y no parece detenerse. Si bien su economía es, aparentemente, próspera, la misma se basa en un mecanismo financiero
mafioso que no tiene futuro: su moneda ya no tiene respaldo real, y 47 de los 50 estados que conforman la Unión (salvo California, Texas y Nueva York) están técnicamente en recesión. Se presentan puras cifras engañosas que maquillan su situación real:
su población vive absolutamente endeudada; la oligarquía, las grandes corporaciones, crecen en sus ganancias, pero las amplias capas populares (su clase media, su clase trabajadora) se empobrece día a día. Los salarios no crecen, y la gente vive cada vez más del crédito. Ahí no hay ninguna prosperidad: la situación económica real es una bomba de tiempo, lista para estallar en cualquier momento. Eso se ve reflejado en la crisis política que se vive, con una virtual guerra civil en ciernes que puede estallar en forma violenta (la toma del Capitolio en 2021, apoyada por Trump, es un síntoma de esa decadencia y explosividad).
¿Por qué Estados Unidos está cayendo ahora?
Porque desde hace ya largos años empezó a consumir avorazadamente más de lo que produce, porque su avidez sin límites y su enfermiza creencia de sentirse pueblo predestinado, lo ha ido llevando a una situación insostenible. Quizá valga la pena aquí recordar las preclaras palabras de Gustavo Petro en la ONU: “
No hay raza superior. No hay pueblo elegido de Dios. No lo es ni Estados Unidos ni Israel. Ignorantes de extrema derecha piensan así. El pueblo elegido de Dios es toda la humanidad.” Todo ello es, salvando las distancias, lo que ha terminado hundiendo a
todos los anteriores imperios: ¿se duermen en los laureles? ¿Se creen dioses?
Ese consumo desaforado ocasiona deuda; gastar más de lo que se puede es un despropósito, algo insostenible en el largo plazo. Un ciudadano término medio de ese país utiliza en promedio 150 litros de agua diarios para todas sus necesidades, mientras que uno similar en el África sub-sahariana emplea solo entre uno y dos litros. ¿Qué puede justificar esa esquizofrénica y asimétrica injusticia? Absolutamente nada; solo lo explica un voraz afán de poderío desmedido, sin límites, en nada solidario -aunque oficialmente se declare cristiano, por tanto, movido por el “amor al prójimo”-.
Esa deuda que viene arrastrando desde años -fiscal, interna y externa- es técnicamente impagable, porque no existe respaldo real, físico, a esa gigantesca masa de dinero -que son solo papeles en definitiva, y los papeles no se comen-: 36 billones de dólares, equivalente al 124% de su PIB (superando los niveles posteriores a la Segunda Guerra Mundial). Hay allí burbujas financieras que, tarde o temprano, estallan. La otrora primera economía mundial, enferma ahora, presenta severos problemas: una decena de bancos ha quebrado en los últimos cinco años, y en la actualidad se anuncia que otros sesenta están al borde de la bancarrota. Desde hace décadas se habla de la peligrosa “burbuja” en la que vive el país, con una intrincada mezcla de factores: una moneda sin respaldo auténtico que comienza a ser seriamente atacada por los BRICS+ y el proceso de desdolarización global en marcha, una deuda exorbitante técnicamente imposible de ser honrada, la extrema volatilidad de la Bolsa de Valores, un abultado déficit en la balanza comercial con los países asiáticos (China y Japón fundamentalmente). Cuanto más pasa el tiempo, más se acumulan esos problemas y más aumenta la posibilidad de una implosión, es decir, la posibilidad de que la burbuja reviente. Varios Premios Nobel de Economía han advertido ese peligro. Quien paga todo eso es el Sur Global cada vez más endeudado, y su propia población (Homero Simpson), que crecientemente ve cómo se empobrece. Que se salven unos cuantos gigantes económicos no significa que el país vaya bien; significa que se está perdiendo la hegemonía, que
ya no es la locomotora de la humanidad.
Ese consumismo desmedido es insostenible, inconducente. Con un 4% de la población mundial, Estados Unidos consume el 25% de la riqueza global. ¿Quién paga eso? De momento, el resto de la humanidad. Por eso esa gran potencia saquea, expolia, impone su fuerza bruta. Su moneda, el dólar, vale porque unas monumentales fuerzas armadas la sostienen, con alrededor de 800 bases militares diseminadas a lo largo y ancho del planeta, y armamento nuclear que nos transforma a toda la humanidad en sus rehenes. El petróleo, elemento vital para la economía de todos los países, es una clave para entender estos fenómenos. Su comercialización, al menos hasta la fecha, se ha manejado en dólares, los llamados “petrodólares”. Esa moneda, impuesta por el imperialismo estadounidense, es la que rige las petro-transacciones internacionales. Cuando algunos países (Irán, Irak, Corea del Norte, Libia, Siria) manifestaron su alejamiento de la zona dólar para pasar a otras monedas (euro, rublo, yuan, yen, cesta combinada de divisas) en su comercio internacional, básicamente el petróleo, fueron declarados miembros del “eje del mal”, supuestamente por apoyar al siempre impreciso y nunca bien definido “terrorismo”. Y en muchos casos, invadidos, con miles y miles de muertos.
Está claro: Washington tiembla (¡y tiembla mucho!) cuando ve que su moneda puede perder valor. O, dicho en otros términos, cuando ve que
su reinado puede empezar a caer. Para la geoestrategia de la Casa Blanca perder la hegemonía del dólar para las transacciones petroleras marca el principio del fin de su supremacía. Es por eso que quiere asegurarse a toda costa las reservas petroleras mundiales (al menos la mayor cantidad) para no verse sujeta a un comercio donde no es Washington el que pone las condiciones. Pero esa caída, mal que le pese a su clase dominante, ya comenzó: para el 2000, el 71% de las reservas mundiales de todos los bancos centrales estaban expresadas en dólares; 20 años después bajaron a 58%. Su reinado comienza a resquebrajarse. Por eso su desesperación.
Todo esto explica la sanguinaria belicosidad del Estado de Israel en Medio Oriente, una zona especialmente rica en oro negro, al igual que el golfo pérsico, zona donde Washington actúa a través de este país que “le controla” esa región vital para su dominio (de allí las 100 bombas atómicas que dispone Tel Aviv, oficialmente no declaradas). Del mismo modo, la parafernalia interminable de ataques de Estados Unidos contra Venezuela no tiene en lo más mínimo la intención de defender un sistema de democracia occidental ni ir contra una supuesta dictadura ni combate al narcotráfico como ahora se esgrime; tiene como único objetivo
manejar las reservas de este hidrocarburo que se encuentran en el país caribeño, las más grandes del mundo, con 305,000 millones de barriles.
El despliegue de armamento bélico que ha movilizado ocho barcos de guerra, un submarino nuclear, 1,200 misiles, más 4,500 marines listos para un desembarco y las altisonantes amenazas que convocan a la guerra por parte de la Casa Blanca, representan una muy peligrosa afrenta para la seguridad de la región, tanto del Caribe como de toda Latinoamérica. La Doctrina Monroe una vez más se presentifica, mostrando los dientes. Ante el avance de los BRICS+, y fundamentalmente de China y Rusia, la Casa Blanca quiere dejar bien en claro que en este es su patio trasero.
Ante esa infame violación a la soberanía venezolana, que significa finalmente una agresión del gobierno imperial de Donald Trump contra todos los pueblos de la región latinoamericana, debemos denunciar enérgicamente esa maniobra. Los imperios, cuando caen, aumentan su peligrosidad, porque intentan hacer lo imposible para evitar la caída. Por tanto, debemos estar preparados para las peores tropelías, e impedirlas. ¡Basta de humanos engreídos que se creen dioses todopoderosos!
La elección de una belicista, violenta, antipopular, ultraderechista y golpista como María Corina Machado para el Premio Nobel de la Paz termina de desacreditar de una vez y para siempre esta fantochada cuestionable de esa premiación, mandando un horrendo mensaje: el imperio puede invadir. ¡¡A prepararse para resistir estas aventuras infames!!
Marcelo ColussiCdFhttps://drive.google.com/drive/folders/1UXZkY7LxulooyuYDBL_M5_PFFTvRfx0V?usp=sharingmmcolussi@gmail.com, https://www.facebook.com/marcelo.colussi.33https://www.facebook.com/Marcelo-Colussi-720520518155774/https://mcolussi.blogspot.com/https://www.instagram.com/marcelocolussi8