El cambio climático "hiere de muerte" a la apicultura en Andalucía: "Estamos trabajando a pérdidas"
Los apicultores andaluces que, junto con los extremeños, lideran en España y concentran el 20% de la miel nacional, solicitan apoyo a las administraciones ante una tormenta perfecta: lluvias mal repartidas, olas de calor, especies invasoras y una industria que ya ni les compra El relevo generacional en la agricultura española
El cambio climático está hiriendo de muerte a la apicultura en Andalucía y la frase no es una metáfora. Es lo que está pasando, campaña tras campaña, en una comunidad que, junto con Extremadura, concentra una de cada cinco colmenas de todo el país. Lluvias torrenciales en los peores momentos, floraciones arrasadas, olas de calor que funden el néctar y debilitan las colmenas, abejas que apenas pueden salir a campo y una producción que ya no alcanza ni para cubrir costes. A todo eso se suma una industria que importa siropes baratos en lugar de comprar miel local y unas ayudas que, en muchos casos, sólo sirven para encadenar a quienes intentan resistir. “Estamos trabajando a pérdidas”, resume Antonio Vázquez un apicultor de Málaga. Y lo están haciendo para no perderlo todo.
El suyo no es un caso aislado. Es la norma. También desde Málaga, el apicultor Francisco Pérez cuenta que él y su mujer, también apicultora, han tenido que reducir su explotación: de 650 colmenas a poco más de 400. “No podíamos mantenerlas. El trabajo es el mismo, pero no te produce. Y si no producen, hay que alimentarlas. A pérdidas”, explica. En su caso, sólo la venta directa les permite cubrir costes. “Gracias a que tenemos un registro sanitario propio desde los años 90, podemos vender la miel en pequeños comercios. Así más o menos vamos tirando. Algunas veces perdiendo, pero al menos sobreviviendo”.
Un lustro dañino
Según la
Coordinadora de Organizaciones de Agricultores y Ganaderos (COAG), a la que pertenece el propio Antonio Vázquez, apicultor malagueño, la situación se ha vuelto insostenible. “Llevamos cinco años fatales”, denuncia. “Y lo de este año es otra vuelta de tuerca. Llovió en primavera, pero no sirvió. No hubo floración, no hubo polen y ahora con la ola de calor está todo seco. No hay miel”.
Aunque la campaña no ha terminado, los datos que manejan los profesionales del sector apuntan a una producción total por debajo del 50% respecto a una campaña normal. “En primavera hemos estado en un 25 o 30% y el tomillo ni ha empezado. Aunque el verano fuera milagroso, no saldríamos del 40%”, asegura Antonio Vázquez. Por si fuera poco, la avispa asiática se ha sumado en los últimos años al cóctel y está comprometiendo las colmenas hasta el punto de acabar con muchas de ellas. “Es un problema que está ahí y del que llevamos mucho tiempo avisando sin que se esté haciendo nada. Es una especie invasora y no solo para el campo”, añade Vázquez.
A pesar de este escenario, muchos apicultores no pueden abandonar ni recortar sus colmenas por una razón: las ayudas europeas. Concretamente, la ayuda agroambiental de la Política Agraria Común (PAC) llamada ‘Apicultura para la biodiversidad’, gestionada por la Junta de Andalucía, implica compromisos firmados por cinco años. “Yo tengo 500 colmenas comprometidas hasta 2027. Si bajo de ese número, tengo que devolver lo cobrado y no puedo”, denuncia Antonio. “Así que aunque pierda dinero, tengo que mantenerlas y muchos compañeros igual”.
Ángel Díaz,
sevillano, cuenta con una explotación mediana-grande de 400 colmenas y también está atado por esa misma condición. El año pasado tuvo que marcharse a trabajar a Italia con otro apicultor para poder mantenerse. “No me queda otra. Acabo la campaña de primavera y verano y me tiro todo el invierno a la calle a vender miel. No es que gane, es que cubro lo justo para pagar trabajadores, gasoil, materiales... Esto no es vida. Pero como no puedo dejar la explotación hasta 2027, aguanto”. A la pregunta de qué hará cuando venza el compromiso, su respuesta es clara: “Si me dicen que puedo dejarlo, lo dejo. Me voy a la construcción a Málaga y traigo 3.000 euros el jueves”.
Amenazas que no cesan
En paralelo a la crisis climática y económica, los apicultores denuncian también un fenómeno cada vez más dañino: la expulsión del mercado por parte de la industria. “La miel que venden en los supermercados no es miel. Es sirope importado”, denuncia Antonio Vázquez. La Agencia Antifraude de la Comisión Europea (OLAF)
ya lo confirmó en 2023: más de la mitad de las mieles importadas en Europa no cumplen con los estándares legales del producto. Aun así, se siguen vendiendo.
La gran distribución, según los productores, ha desplazado a los apicultores profesionales con marcas blancas y productos de origen incierto. “Tú ves un tarro de miel y en la etiqueta pone mezcla de mieles de varios países. ¿Quién se fía de eso?”, se pregunta Ángel. “Hay productos con miel de Uruguay, Vietnam, Ucrania... hasta de 14 países diferentes. Eso esconde lo peor. Y nos expulsa. Ya no estamos en las grandes superficies”.
“Nosotros sólo podemos competir con calidad. Con boca a boca. Con venta en el pequeño comercio”, añade Francisco Pérez. “Pero si la gente no sabe lo que está comiendo, si no hay una regulación estricta del etiquetado, seguimos perdiendo”.
Preguntadas por esta situación, las Consejerías de Agricultura y de Sostenibilidad de la Junta de Andalucía defienden sus actuaciones. La Consejería de Agricultura recuerda que es la encargada de gestionar tanto la ayuda agroambiental de la PAC como la Intervención Sectorial Apícola. En 2024, aseguran, destinaron 5,8 millones de euros en subvenciones del primer tipo, distribuidas entre las ocho provincias andaluzas. Además, se han tramitado más de 3,1 millones de euros en ayudas sectoriales para repoblar colmenas o aplicar tratamientos sanitarios.
Desde Agricultura destacan también que, tras escuchar al sector, se evitó la eliminación de la ayuda para la alimentación de las colmenas, en riesgo de desaparecer en el nuevo diseño de la Intervención Sectorial Apícola. Según explican, se elaboró un documento técnico justificando su necesidad por las condiciones climáticas extremas de Andalucía.
Sobre la amenaza creciente de la avispa asiática, que se considera una especie exótica invasora, la Consejería de Sostenibilidad señala que su competencia se limita al medio natural, mientras que las zonas agrícolas, urbanas y periurbanas dependen de otras administraciones. En cualquier caso, aseguran que se ha encargado a TRAGSA la retirada de nidos, se ha formado a los Agentes de Medio Ambiente para detectarlos y se han flexibilizado los requisitos para instalar trampas. En una reunión sectorial reciente, añaden fuentes oficiales, se definieron responsabilidades: Agricultura deberá diseñar ayudas específicas, Presidencia elaborar protocolos ante emergencias y Salud formar al personal ante picaduras.
“Vamos a desaparecer”
Mientras tanto, el sector se sigue desangrando. “Los grandes profesionales vamos a desaparecer”, sentencia Ángel Díaz. “Quedará el funcionario con 15 colmenas, el aficionado, el que tiene otro sueldo, pero
no quien vive de esto”. El problema, insiste, no es sólo económico. Es también ecológico. “Si se pierde la apicultura profesional, se pierde la polinización de los montes, de los valles, de los castaños del Genal, del madroño de Huelva, del romero del campo andaluz y eso no lo van a hacer los siropes ni los robots ni las mezclas de Ucrania”.
Francisco Pérez, que ha criado a tres hijos con este oficio, lo resume con una mezcla de obstinación y agotamiento: “Vamos siempre igual. Este año no. A ver si el siguiente. Y así todos. Pero aquí seguimos porque creemos que merece la pena. Porque si esto desaparece, desaparece mucho más que la miel”.
Y mientras el cambio climático avanza, mientras las colmenas se vacían y los precios no cubren ni el alimento que necesitan las abejas, Andalucía se enfrenta a un escenario claro: o se protege a quienes sostienen esta red invisible que conecta biodiversidad, cultivos y vida rural, o la apicultura caerá. Y no por azar, ni por mala suerte, sino por inacción. Porque no habrá quien pueda seguir perdiendo año tras año sólo para cumplir una ayuda. Porque no se puede seguir trabajando a pérdidas cuando lo que está en juego no es ya la rentabilidad, sino la supervivencia.