“Estados Unidos ejecuta una falaz guerra contra las drogas y el terrorismo. Su objetivo real es invadir países, aniquilar a presidentes que no aceptan ser sus serviles y poner a políticos locales como sus fieles empleados.” Evo Morales En 1823 el presidente de Estados Unidos James Monroe marcaba el territorio de influencia de esa naciente […]
MARCELO COLUSSI. Doctrina Monroe: más viva que nunca“Estados Unidos ejecuta una falaz guerra contra las drogas y el terrorismo. Su objetivo real es invadir países, aniquilar a presidentes que no aceptan ser sus serviles y poner a políticos locales como sus fieles empleados.”Evo MoralesEn 1823 el presidente de Estados Unidos James Monroe marcaba el territorio de influencia de esa naciente potencia -que luego se convertiría en la gran superpotencia, el país más importante del capitalismo-, mostrando los dientes antes la presencia europea en estas tierras. “
América para los americanos” fue la consigna de entonces, transmitiendo así el mensaje a los países europeos que cualquier intento de intervención en lo que Washington consideraba ya su natural área de virtual pertenencia (equivalente a decir: su
patio trasero), se consideraría un acto de agresión hacia el naciente, y ya muy poderoso, Estados Unidos.
Apenas unos pocos años después de establecida esa “doctrina” -eufemismo por decir: “descarada política imperialista”- Simón Bolívar ya veía el dominio del país del norte como un peligro para las nacientes naciones al sur del Río Bravo. Fue así que pronunció esa histórica frase en 1829: “
Los Estados Unidos parecen destinados por la Providencia a plagar la América de miserias en nombre de la libertad”. Evidentemente, no se equivocaba.
Décadas después, en 1904, el presidente estadounidense Theodore Roosevelt formulaba lo que se conocería como “Corolario Roosevelt”, donde establecía que si un país latinoamericano resultaba inestable políticamente, o se mostraba incapaz de resolver por sí mismo sus asuntos internos, la potencia del norte se arrogaba el derecho de intervenir para “reordenarlo”, casi “haciéndonos un favor”, según su colonial y patriarcal apreciación. Eso fue lo que dio lugar a la política exterior de la Casa Blanca conocida como “Gran Garrote”. En otros términos:
profundización de la Doctrina Monroe.
A lo largo de todo el siglo XX, y también en lo que va del XXI, el imperialismo norteamericano se sintió dueño y señor de Latinoamérica, ejerciendo en todo sentido lo dicho por el presidente Monroe hace ya más de dos siglos. Sus intervenciones en la región se cuentan por decenas: invasiones directas con fuerzas militares propias, apoyo a golpes de Estado, injerencia en la política interna de los distintos países, preparación de personal latinoamericano (antes militares, ahora jueces) como representantes de sus intereses, presencia a través de distintos mecanismos de penetración e injerencia: USAID, NED, DEA, fundaciones, ONG’s, etc.
Nada de lo que sucede en términos políticos en cualquier país latinoamericano escapa a una decisión tomada en Washington, vehiculizada luego por su embajada. Esto, a tal punto, que en muchos lugares cuando se dice “la embajada”, se entiende que se refiere solo a una, la de la potencia del norte, que es un factor clave en el poder, junto a las correspondientes burguesías locales, más decisoria que ellas en muchos casos. “
Todos sabemos que Estados Unidos es quien decide las cosas en Centroamérica”, pudo decir vez pasada el ex candidato presidencial en Honduras, Salvador Nasralla, cuando le robaba las elecciones el elegido por la Casa Blanca, Juan Orlando Hernández -luego detenido por narcotraficante-. Eso rige no solo para América Central sino para
todo el continente al sur de Estados Unidos.
¿Por qué Estados Unidos nos utiliza como patio trasero? Por varios motivos:
- Porque el 25% de los recursos naturales que consume (energéticos y diversas materias primas), proviene de esta región. Los contratos que le permiten operar aquí para la explotación de esos recursos son francamente leoninos, porque en general solo dejan un 1 o 2% de regalías al país anfitrión de todo lo que extrae (mineras, petroleras, sembradíos para agrocombustibles, robo de diversidad biológica en las selvas tropicales, ¿próximamente agua dulce?), llevándose (robándose) el resto. Eso, sin contar con los daños ecológicos irreversibles que provocan, además del aplastamiento de pueblos y culturas originarias. Las oligarquías nacionales lo toleran, y se aprovechan de eso como socias menores.
- Porque Latinoamérica mantiene una deuda externa de medio billón y medio de dólares con los organismos crediticios internacionales (Fondo Monetario Internacional, Banco Mundial, Banco Interamericano de Desarrollo), de los que son principales accionistas capitales privados estadounidenses, por lo que el país del norte tiene aquí una fuente interminable de dinero que fluye hacia sus arcas. “Deuda absolutamente inmoral”, se ha dicho; pero deuda, al fin, que se paga sin chistar, enriqueciendo a unos pocos bancos y empobreciendo infinitamente a las poblaciones de Latinoamérica.
- Porque dada la mano de obra tan barata que ofrecen los países de la región comparativamente con los salarios en el norte, además de la posibilidad de evitar aquí “molestos” sindicatos y regulaciones medioambientales, los capitales estadounidenses instalan en estos rumbos muchas ensambladoras, industrias que se limitan a maquilar sobre la base de patentes externas, sin dejar ninguna transferencia tecnológica. Los hoy tan a la moda call centers van en esa lógica.
- Porque de los países que están al sur del Río Bravo, fundamentalmente de México, Centroamérica y el Caribe, y en menor medida del resto del continente, llegan interminables contingentes de trabajadores, que huyen de la pobreza crónica de sus latitudes, para servir en el norte como mano de obra super explotada (agro, servicios, construcción). Aún sabiendo las condiciones de tremenda explotación en que trabajan (indocumentados, siempre chantajeados por su situación migratoria irregular, sin sindicalización ni leyes laborales), esas esas masas lo prefieren, pues así envían remesas a sus países de origen, con lo que se atenúa un poco la miseria de donde provienen -mientras los gobiernos locales lo permiten y avalan, desentendiéndose de los abusos y atropellos de los estadounidenses-.
Por todo ello Estados Unidos mantiene a la totalidad Latinoamérica en este estado de opresión, inmiscuyéndose en forma grosera en sus propios asuntos internos. Con evidencia desvergonzada lo dijo algunos años atrás el por entonces Secretario de Estado de la administración Bush (hijo), general Colin Powell, quien refiriéndose al proyecto de recolonización buscado con los Tratados de ¿libre? comercio que obligó a firmar a los países latinoamericanos (independientemente que la idea original de un tratado colectivo -Área de Libre Comercio para las Américas, ALCA- no funcionara, firmándose luego esos tratados bilaterales): “
Nuestro objetivo con el ALCA es garantizar para las empresas americanas el control de un territorio que va del Ártico hasta la Antártida y el libre acceso, sin ningún obstáculo o dificultad, a nuestros productos, servicios, tecnología y capital en todo el hemisferio.” Más claro: imposible.
Para ello la potencia del norte mantiene un número indeterminado de bases militares en todo el territorio latinoamericano, pero no menos de 70, y la IV Flota de su marina de guerra (componente naval del Comando Sur del Departamento de Guerra, con su cuartel general en la Base Naval de Mayport, Florida), custodiando las aguas del Caribe y del Atlántico Sur. No hay duda que en su patio trasero tiene mucho, muchísimo que resguardar. Por ello esta profundización avasalladora de la Doctrina Monroe que estamos viendo en estos momentos, apoyando en forma abierta -descarada- a gente de derecha y extrema derecha, viendo en cada acción progresista, que quizá no pasa de socialdemócrata, un fantasma de “castro-comunismo terrorista”.
Pero la geopolítica ha cambiado muy rápidamente estos años. Luego de la caída de la Unión Soviética en 1991, Estados Unidos se alzó como el único poder global, aparentemente intocable, indestructible. Mas como nada es eterno (“
Todo fluye”, dijo un pensador de la antigüedad,
lo único eterno es el cambio permanente), su hegemonía también empezó a cambiar. Por una sumatoria de elementos, la gran potencia capitalista comenzó su
declive. Y nuevos actores aparecen en el escenario internacional opacando su presencia. El resurgimiento de Rusia, ahora como país capitalista (cuarta economía mundial, aunque la prensa occidental lo oculte, y superpotencia militar) y el despegue monumental de China comunista (primera potencia, medido su PBI según la paridad del poder adquisitivo), empiezan a dibujar un nuevo escenario planetario. No vamos hacia el
socialismo, pero sí hay un quiebre del papel hegemónico unipolar de Washington.
Como acto demostrativo de este crecimiento de unos y la decadencia de otros tenemos el comercio internacional, donde China pasa a ser el principal actor, quitándole presencia a la potencia americana. Su clase dominante (Wall Street, las petroleras, el complejo militar-industrial, Silicon Valley, las farmacéuticas -Big Pharma-), representada por el presidente de turno en la Oficina Oval, reacciona ante esto. Y reacciona muy agresivamente, como animal herido y acorralado. No puede tolerar que alguien ose desafiar la Doctrina Monroe. Donald Trump cumple a cabalidad ese papel, con un aire histriónico muy adecuado, queriendo sentirse “rey” del mundo, mostrando que el imperio “lo puede todo”. Pero, obviamente, no lo puede.
Es por ello que asistimos a un proceso de mayor injerencia de Estados Unidos en las decisiones políticas de Latinoamérica, ya sin siquiera ocultarlo. El chantaje llevado a cabo por el mandatario estadounidense para las recientes elecciones legislativas en Argentina lo deja ver de modo grosero: “
Si no gana Milei, ya no habrá más dinero. No vamos a perder el tiempo con ese país entonces.” Valga eso solo como ejemplo. De todos modos, se podrían dar interminables, siempre en esa línea. ¿Quién le pondría precio a su cabeza? Nadie, por supuesto. Pero la Casa Blanca se permite -como en mediocre película de vaqueros- poner 50 millones de dólares como recompensa por la cabeza del presidente de Venezuela, Nicolás Maduro. “
Wanted, live or alive”; aunque el mundo no es Hollywood… ¡felizmente!
Hoy asistimos a una avalancha de derechización impulsada por el gobierno estadounidense donde cualquier alternativa popular, con carácter social, que huela medianamente a “pueblo”, es vista como peligrosa y, por tanto, puede ser atacada. El siempre omnímodo “
narcotráfico” es un buen expediente para “venir a dar una mano” (léase:
invadir. Véase el epígrafe). Todo el mundo es sospechoso y puede ser víctima de ataques: la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América -ALBA-, la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños -CELAC-, cualquier gobierno progresista (Colombia, México, Honduras, Brasil) y, mucho más, países que se presentan como socialistas, empezando por Cuba con su inmisericorde bloqueo de más de 60 años, la República Bolivariana de Venezuela (en estos momentos a la puerta de una posible intervención militar en búsqueda de su petróleo), Nicaragua. Para los gobiernos “díscolos” ya no utiliza cruentos y sangrientos golpes de Estado con militares sanguinarios sino
golpes suaves, guerra jurídica, ataques mediáticos. Cambian las formas, pero no el contenido.
Ante la pérdida de presencia global, y con un dólar que comienza a estar cuestionado por la política multipolar de los BRICS+, con China y Rusia impulsándolos, la estrategia norteamericana es asegurar a cal y canto su patio trasero. Si hace 200 años el mensaje admonitorio con la Doctrina Monroe fue hacia las potencias europeas que osaban meterse en ese territorio de su “natural” influencia, hoy esa amenaza se redobla ante China y Rusia. Ante todo esto, ¿qué nos espera a las y los latinoamericanos? Resistir esta andanada imperial, pensando que seguimos en guerra, que la historia no ha terminado …,o terminar
speaking in English ¿teniendo relaciones carnales? (como se dijo durante la presidencia argentina de Menem).
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