Aunque la tasa de ganancia europea ha ido decayendo desde la década de los setenta, la posición imperialista del viejo continente, que le ha permitido contar con industrias avanzadas en algunos sectores, particularmente la automoción, ha hecho fluir gran parte de los beneficios del planeta hacia Europa. Esto ha posibilitado sobornar a las clases medias […]
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PEIO ORMAZABAL. El CEO de Ford tiene un coche ChinoAunque la tasa de ganancia europea ha ido decayendo desde la década de los setenta, la posición imperialista del viejo continente, que le ha permitido contar con industrias avanzadas en algunos sectores, particularmente la automoción, ha hecho fluir gran parte de los beneficios del planeta hacia Europa. Esto ha posibilitado sobornar a las clases medias durante décadas, ofreciéndoles unas condiciones de vida relativamente cómodas, para evitar que coqueteasen con el fantasma del comunismo que recorrió buena parte del siglo pasado. No obstante, hoy, la agenda estratégica de la oligarquía no pasa por el soborno, sino, más bien, por la ofensiva contra gran parte de esas clases medias, porque ya no son políticamente necesarias ni económicamente viables.
La pérdida de competitividad de la industria europea se ha ido haciendo cada vez más evidente, sobre todo a raíz de la emergencia de China. El gigante asiático ha pasado de ser el taller del mundo a liderar procesos productivos complejos como la automoción, las energías renovables o el software. El año pasado, China era el tercer país con más robots instalados por trabajador, sólo por detrás de Corea del Sur y Singapur, superando a Japón y a Alemania
[1]. Frente a esta situación, la Unión Europea ha abandonado el dogma del libre mercado y ha intentado poner en marcha planes estratégicos basados en aranceles a productos chinos y en financiar con dinero público industrias estratégicas para el futuro. Una de las apuestas centrales de este plan pasaba por renovar el sector de la automoción, apostando fuertemente por el coche eléctrico. Los resultados son, de momento, por decirlo suave, malos. Hasta el CEO de Ford se ha comprado un coche eléctrico chino.
Ante la falta de beneficios, el capital industrial se está dando a la fuga hacia lugares donde pueda aumentarlos: buscando salarios más bajos, materias primas más baratas, mayor tecnología, marcos regulatorios más favorables… Y es que el capital, a diferencia de la clase trabajadora, opera a escala planetaria. Mientras, la clase obrera se encuentra atrapada en el marco político del estado-nación, completamente impotente para responder a una coyuntura volátil. Limitando la lucha de clases al interior de cada estado, la única solución posible ante el cierre de industrias es la intervención de ese mismo estado, sea financiando con dinero público la ganancia capitalista, sea en su vertiente “radical” planteando la nacionalización de las industrias menos competitivas; es decir, cargando al estado lo que no puede asumir el burgués particular. Pero, ni una ni otra ofrecen solución alguna al problema de base: la falta de competitividad de la industria europea. Desde esta perspectiva, si la industria está cerrando por falta de competitividad, la solución es hacer lo posible por mejorar esa misma competitividad.
Los sindicatos, presos de este marco de comprensión y sometidos constantemente al chantaje de la deslocalización de la producción, están completamente a la defensiva. La fuerza de negociación de los sindicatos, en la medida en que actúan como gestores del conflicto de clase, se ha basado en presionar al capital para redistribuir las ganancias. ¿Pero, cómo presionar desde la fábrica al empresario si puede llevarse esa misma fábrica a otra parte? ¿Qué ganancia se puede redistribuir entonces? Es una situación paradójica: el cierre de industrias que intentan combatir los sindicatos está minando la capacidad de lucha de esos mismos sindicatos. Así, acaban intentando mitigar los daños, pero asumiendo que hay que hacer lo posible para aumentar la competitividad de la industria europea. IG Metall, el mayor sindicato de Alemania está llevando a cabo estos días un ciclo de paros y huelgas para presionar a Volkswagen a aceptar su plan… ¡para ahorrar 1.500 millones de euros! Gestionar cierres de empresa y situaciones similares no es sencillo, sin apenas margen de maniobra y con la vida de muchísimas familias en juego. Pero, ante la falta de una perspectiva alternativa a la capitalista, los grandes sindicatos acaban remando en el mismo barco del de los empresarios.
Ante la ofensiva que está planteando la burguesía europea, es urgente plantearnos en qué posición queda la clase trabajadora y qué posibilidades tiene el sindicalismo como mecanismo de resistencia. En un sistema en crisis, ese sindicalismo, si quiere ser efectivo, deberá superar el marco de estado-nación que, en este contexto de crisis burguesa, sólo puede conducir a políticas reaccionarias. Deberá ser un sindicalismo de clase y político, deberá apuntar obligatoriamente a la toma del poder, a un horizonte socialista. Es urgente desligar el futuro de la clase trabajadora de una burguesía en decadencia.
[1] China avanza en la automatización de su industria y se antepone a Japón y Alemania – Economía(
Diario Socialista)