Mañana no habrá mañana. Me gustaría decir que oigo el rugido de las calles a través de las cortinas. No es verdad, la calle calla. Desahuciada como basura sin posibilidad de reciclaje salvo si hacen galletitas de mis restos, como en aquella película, nunca supe el título. No voy a decir que lo hago por […]
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LA JARDINERA DE LAS 13 ROSAS. La hipocresía liberal de morir con dignidadMañana no habrá mañana. Me gustaría decir que oigo el rugido de las calles a través de las cortinas. No es verdad, la calle calla. Desahuciada como basura sin posibilidad de reciclaje salvo si hacen galletitas de mis restos, como en aquella película, nunca supe el título. No voy a decir que lo hago por morir con dignidad. Lo hago porque de seguir con vida, viviré sin ella.
No deja de parecerme asombroso ese considerar indigno morir bien atendido en un hospital, el Estado cumpliendo con nuestro derecho a la atención médica en la enfermedad y en la vejez. Y, sin embargo, no se considera indigno morir masacrado en Palestina, degollado en Siria, apaleado en una manifestación en Argentina, desahuciado en Europa a los sesenta años, abandonado en una residencia geriátrica sin derecho a hospitalización en Madrid. No se considera indigna esta Europa de mierda. Pero morir de pura enfermedad bien atendido en un hospital, sí.
Independientemente del derecho de cada una de acabar con su vida ante una determinada dolencia, ¿dónde está la indignidad?
Lo indigno será seguir viva haciendo cola en un banco de alimentos, pidiendo arroz en la puerta de un súpermercado, durmiendo, con suerte, en un refugio del ayuntamiento en invierno, en la calle en verano. Ver las caras de los trabajadores sociales para no olvidarlas ya nunca. Lo indigno será cambiar el lenguaje sonriendo para complacerles, para no ser esa negativa subversiva que puede malograr a los otros desgraciados. Yo no voy a olvidar las palabras. Yo no voy a sustituir unos significados por otros. Yo no voy a colaborar con el más rápido cambio de mentalidades que se haya dado nunca: el del liberalismo. No le voy a ayudar a borrar todo pensamiento disidente al suyo a través de la Historia.
En un guiño a Macondo he copiado en papelitos las palabras del liberalismo y las he pegado en los cristales de mi ventana, junto a su definición real, por ejemplo: resilientes, quienes se adaptan a las situaciones según le convenga a la permanente crisis de las sociedades liberales.
Mis ojos se cerrarán reconociendo cómo me suena a monja eso de sororidad, pues las mujeres no andan necesitadas de hermanas, sino de camaradas para derrocar al machismo, que ya está bien de encerrarnos en palabras alusivas a la familia, que no vamos a eximir al Estado de gastar en atender a las personas, no vamos a cuidarlos, no hemos nacido para cuidar ni aunque nos paguen y su dinero no nos eleva de putas a trabajadoras sexuales; que los vientres de alquiler no existen porque los vientres no se alquilan.
Moriré leyendo: empleador, eufemismo de patrón y de empresario utilizado para presentarlos como benefactores sociales. Gentrificar: palabra usada de forma inadecuada en lugar de terciarizar, es decir, vender un barrio al turismo. Voluntariado: trabajar gratis en servicios que no dejan suficiente beneficio a las empresas gestoras del gasto social. Experiencia: dícese de consuelo de la persona burlada en un trabajo.
Ningún sistema ha desarrollado tanto arte en hablar con eufemismos como el neoliberal. Los términos por los que serán sustituidas las palabras en el lenguaje de los mercaderes, serán los términos de un parque de atracciones a escala mundial, eso ya lo estamos viendo, pero, hasta qué punto somos conscientes de ir introduciendo en la conversación el anuncio de sus productos y hacerles gratis la promoción de su porquería. La humanidad como anunciantes, vivimos vendiendo el falso mundo que nos venden.
Le pregunté a un amigo dónde estaba la diferencia entre ser una pobre y ser una pobre empoderada. Me respondió que la pobre empoderada luchaba por cambiar su situación. ¿Por qué preferimos decir empoderarse a tomar conciencia de clase? ¿Desde cuándo lo preferimos? ¿Quizás desde que negamos la existencia de las clases sociales y nuestra pertenencia a la más baja? ¿Nos sentimos mejor pensando en tener un poder, el cual, por cierto, no tenemos, en lugar de una conciencia que nos permite analizar nuestra situación y actuar en consecuencia?
Esta tarde tenía planeado morirme, pero pensando, no sintiendo, sino pensando, he llegado a la conclusión de arrancar los papelitos, vestirme y salir a esa calle silente a hacérselos comer al primer hijo de banquero que me encuentre, y puesto que no voy a morir dignamente en una cama de hospital, a hacer estallar mi cuerpo de vieja bomba en su cara.