El pasado fin de semana, en una intervención “estelar” en la Asamblea Ciudadana de Podemos, Pablo Iglesias volvía a ofrecer, con su habitual elocuencia, un discurso que busca —desesperadamente— recuperar los viejos ecos de una presunta “izquierda radical”.
CRISTÓBAL GARCÍA VERA. Vuelve Pablo Iglesias: El camaleón más versátil de la política española
El pasado fin de semana, en una intervención
“estelar” en la
Asamblea Ciudadana de Podemos, Pablo Iglesias volvía a ofrecer, con su habitual elocuencia, un discurso que busca —desesperadamente— recuperar los viejos ecos de una presunta
“izquierda radical”. Como ha venido haciendo a través de su
Canal Red, Iglesias volvió a clamar
contra la OTAN, despotricó contra el gasto militar como lo haría cualquier persona de izquierdas coherente y presentó a su partido como el único baluarte frente a una
“izquierda domesticada”, lanzando duras críticas a
Sumar y a la actual deriva del
Gobierno de coalición.Unos días antes, en la presentación de su libro “
Enemigos íntimos”, en la taberna
Garibaldi, había reforzado esta misma narrativa, sosteniendo que España necesita
“una izquierda real que cuestione el capitalismo” y postulando a
Irene Montero frente a la
“izquierda cómoda”.No es este, sin embargo, el primer pretendido
giro hacia la “radicalidad” del
cofundador de Podemos. En realidad, toda su
biografía política no
es más que la historia de una
continua mutación camaleónica, de un calculado ejercicio de oportunismo que le ha llevado a ir cambiando en f
unción de las coyunturas, siempre al servicio de su ascenso o supervivencia personal.
«LA HEMEROTECA ES IMPLACABLE: EL PASADO DE IGLESIAS DESMONTA SU NUEVO DISFRAZ RADICAL»
EL ESPEJISMO DEL NUEVO RADICALISMO: UN CÁLCULO ELECTORAL COMO ÚNICO HORIZONTELa
radicalización verbal de
Iglesias en las actuales circunstancias políticas era, en definitiva, una
maniobra previsible. La
expulsión de Podemos del Gobierno, la
exclusión de Irene Montero de las
listas de Sumar y el
hundimiento electoral sufrido por el proyecto morado dieron el pistoletazo de salida al
ex vicepresidente del Gobierno para tratar de reactivar un relato que, de no conocer su trayectoria, algunos podrían llegar a considerar como
casi revolucionario.Así lo podríamos creer, en efecto, si no tuviéramos en nuestra memoria que siempre que la coyuntura le fue más favorable, en términos de
inclusión en las instituciones del Poder político,
Iglesias fue el primero en abrazar la
«moderación» socialdemócrata
para
integrarse sin rubor en el
Régimen del 78 que antaño decía querer derribar.
Recordemos que fue él mismo quien, tras
señalar al PSOE como
bastión de la “casta”, terminó entrando como
socio menor en un Gobierno presidido por Pedro Sánchez y ejerciendo con entusiasmo como
vicepresidente de esa misma “casta” que había jurado combatir.
Hoy, desde la relativa comodidad de su actual trinchera mediática,
Iglesias intenta presentarse nuevamente como
el azote del sistema que en su momento contribuyó a auparlo. La hemeroteca, no obstante, resulta implacable. Aún resuenan en nuestros oídos, sin ir más lejos, algunas de sus declaraciones durante la
pandemia del covid-19, cuando no tuvo reparos en celebrar que la
Unión Europea —según él-
había
“cambiado” y abandonado supuestamente su esencia neoliberal.«PODEMOS SE PRESENTÓ COMO RUPTURISTA, PERO FUE UNA OPERACIÓN PARA RECONDUCIR EL DESCONTENTO HACIA EL SISTEMA»
EL DISCURSO ANTIMILITARISTA Y LA COMPLICIDAD CON LA OTANUno de los ejes centrales de la narrativa actual de
Iglesias es la
denuncia de la OTAN y el
rearme del Estado español. Pero, aunque no le falte razón al señalar las
políticas belicistas del
Ejecutivo del PSOE y Sumar, lo cierto es que él es uno de los menos apropiados para ofrecer lecciones de ética en este terreno. Bajo la vicepresidencia de Iglesias no solo se aprobó
el mayor incremento del gasto militar hasta ese momento, sino que
Podemos formaba parte también del Ejecutivo que se encargó de organizar la
«Cumbre de la OTAN» celebrada en Madrid.Pero aún más sangrante fue su
respaldo incondicional al general Julio Rodríguez, ex-Jefe del Estado Mayor de la Defensa, al que
Iglesias no dudó en promocionar como
candidato de Podemos y soñó con convertir en
Ministro de Defensa. Aunque
Rodríguez fue corresponsable de la destrucción de Libia por parte de la
Alianza Atlántica, Iglesias lo impuso como
número dos de la lista de Podemos al Congreso de los Diputados por Zaragoza, en 2015, como
cabeza de lista de Unidos Podemos por la circunscripción electoral de
Almería, en la
s Elecciones Generales de junio de 2016, y acabó promocionándolo para que fuera designado
Secretario General de Podemos en Madrid.Por aquellas fechas, el Partido de
Pablo Iglesias, que ahora pretende venderse como
adalid del antimilitarismo y el pacifismo, no tenía empacho en reconocer, por boca del propio general
Julio Rodríguez y de otros destacados portavoces, que
«la OTAN es necesaria y Podemos respetaría los compromisos» con la Alianza, brazo armado del
imperialismo occidental.
MONARQUÍA: DE ADVERSARIO DECLARADO A CORTESANO INSTITUCIONAL… Y VUELTA A EMPEZARNo menos reveladora ha sido la evolución de
Pablo Iglesias en relación con
la Monarquía. De tildar a la
Casa Real como
símbolo de la corrupción, calificando a
los Borbones como
“gentuza”, y exigir que el rey
«se presentara a las elecciones», pasó a declarar que
«sería un honor reunirse con el jefe del Estado».Una integración plena en la institucionalidad que también demostraron abiertamente sus compañeras de partido
, Irene Montero e Ione Belarra, participando con entusiasmo en el
besamanos al monarca durante la celebración de la llamada
«fiesta nacional».Hoy,
Iglesias vuelve a tratar de retomar su vieja estampa, presentándose de nuevo como un
convencido republicano y crítico acérrimo de la institución monárquica, como si nada hubiera ocurrido en su trayectoria política a lo largo de la última década.
«IGLESIAS ENCARNA LA DERIVA DE ESTA NUEVA «IZQUIERDA» IDENTITARIA, HEREDERA DE LOS VIEJOS EUROCOMUNISTAS, QUE HA SUSTITUIDO LA LUCHA DE CLASES POR LOS JUEGOS DE PRONOMBRES»
LOS CAMBIOS DE DISCURSO COMO ESTRATEGIA DE SUPERVIVENCIA PERSONALY es que la trayectoria política de
Pablo Iglesias ha sido un auténtico
catálogo de promesas que fueron diluyéndose como azucarillos
al calor del poder o de
su conveniencia inmediata. Iglesias ha terminado por convertir el arte del
«donde dije digo, digo Diego» en su especialidad, dejando claro que en su manual de supervivencia política
los principios tienen el mismo valor que en su día expresara, en tono humorístico, el genial
Groucho Marx.De afirmar que
Podemos nunca entraría en un
Gobierno con el PSOE si antes no lograba superarlo en número votos, pasó a
justificar la Coalición como una
victoria estratégica, cuando su partido comenzó a perder fuelle electoral y estimó que entrar en el Ejecutivo era la única manera de frenar su caída.
De
despreciar la institucionalidad, defendiendo que
«la política está en la calle, los centros de trabajo y los centros de estudio y no en los parlamentos», pasó a desdecirse, en cuestión de unos pocos meses, asegurando que esa afirmación era tan solo una
“estupidez que decían cuando eran de extrema izquierda” pero, en realidad
“las cosas se cambian en las instituciones». Hoy,
Iglesias vuelve a decir lo contrario, sin sentir la más mínima vergüenza, a través de los micrófonos de
La Base.Algo similar sucedió con
Venezuela y su proceso bolivariano. Tras defender a ese país y a
América Latina como
“referencias fundamentales para el sur de Europa”, no tuvo problemas en renegar de sus palabras, afirmando que
«nunca había dicho tal cosa” y evitando responder a quienes, en los platós de
La Sexta, sostenían que el
Gobierno venezolano estaba
asesinando opositores a mansalva en las calles de
Caracas.
IGLESIAS Y PODEMOS VS. SUMAR: UNA FALSA DISYUNTIVA ENTRE PROYECTOS CALCADOSCon vistas a las próximas citas electorales,
Iglesias busca ahora diferenciarse de
Sumar, acusando a
Yolanda Díaz de ser la
«muleta del PSOE». Una crítica que, apuntando a un hecho incuestionablemente cierto, carece también de sentido cuando quien la formula es
Pablo Iglesias. Durante su estancia en el Gobierno,
Podemos desempeñó exactamente el mismo papel que hoy juega la vicepresidenta designada, por cierto,
a dedo por el propio
Iglesias como su sucesora.
La competencia entre
Podemos y Sumar no es más que
una disputa por la hegemonía en el espacio electoral de una
izquierda plenamente integrada en el sistema, entre dos facciones
sin diferencias sustanciales en su ideología, ni en su práctica política. PODEMOS: UN DISFRAZ POPULISTA ADAPTABLE AL MERCADO POLÍTICODesde sus inicios,
Podemos fue una formación construida a partir de una
amalgama confusa de consignas populistas, presentadas en un
envoltorio mediático vistoso pero carente de coherencia política.
Como advertimos desde las páginas de
Canarias Semanal, desde los primeros momentos de la aparición de la formación morada,
Podemos no pasaba de ser otra cosa que una
construcción mediática orientada a
reconducir el malestar social, expresado en el
Movimiento 15M, hacia
márgenes aceptables para el sistema. Pablo Iglesias y su núcleo dirigente entendieron desde el principio que podían obtener réditos electorales vendiendo una
imagen renovada de la socialdemocracia clásica, disfrazada de
rupturista. Así, se presentaron como
críticos del Régimen del 78, de la
Transición española y de la
“casta”, sin cuestionar jamás
los pilares económicos del capitalismo. Su
presunta «radicalidad» inicial no se apoyaba en una
organización popular, sino en una estrategia diseñada para capitalizar electoralmente el desencanto social sin poner realmente en peligro las estructuras del poder.
En los momentos de mayor auge de la formación morada, el propio
Iñigo Errejón, entonces segundo del partido, se jactaba de que
«no necesitaban una base popular organizada“ para llevar a cabo su proyecto, confirmando que su prioridad era la mera ocupación formal de las instituciones y no la transformación de la sociedad.
Su ambigüedad ideológica permitió a
Podemos moverse con soltura
entre discursos encendidos y
prácticas de moderación institucional. Una ambivalencia que se expresó también en la aceptación plena del
sistema capitalista, reconocida por el propio
Iglesias cuando ante los medios expresó que:
«Uno se podía definir como quisiera en su casa, pero lo que hay son economías de mercado y lo que se pueden hacer son algunas políticas dentro de esas economías de mercado».La realidad es que
Iglesias, que hoy se permite denunciar a la
«progresía mediática», logró llegar a la
vicepresidencia del Gobierno gracias a esa misma
progresía mediática que
lo aupó, lo invitó a platós y lo
convirtió en fenómeno televisivo antes de decidir que, una vez
amortizado Podemos como
«bomberos del incendio social», había llegado la hora de prescindir de sus servicios.
Al desviar la energía de las protestas hacia una estructura de Partido integrada en el sistema,
Podemos contribuyó decisivamente a la desmovilización de los sectores populares generando frustración y alimentando, de forma indirecta, el ascenso de algunas de las opciones reaccionarias ultraderechistas que hoy se presentan como
“antisistema”.Pablo Iglesias, por su parte, encarna, quizás como ningún otro político español contemporáneo, la deriva de esta nueva
“izquierda” identitaria,
heredera de los viejos eurocomunistas, que ha sustituido la
lucha de clases por
los juegos de pronombres y ha hecho del oportunismo su
modus vivendi. Pero lo que también pone en evidencia la esperpéntica
trayectoria de Iglesias, y la experiencia de
Podemos, es la urgente necesidad de construir
una alternativa política popular que no dependa de
figuras mediáticas, de
camaleones políticos sin escrúpulos morales, ni de
maniobras de marketing electoral.
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